Parroquia Purísima Concepción
Quart de Poblet - Valencia
Liturgia de las horas

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. El Señor está cerca, venid adorémosle.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.


Himno: ALEGRÍA DE NIEVE

Alegría de nieve
por los caminos.
Todo espera la gracia
del Bien Nacido.

Miserables los hombres,
dura la tierra.
Cuanta más nieve cae,
más cielo cerca.

La tierra tan dormida
ya se despierta.
Y hasta el hombre más muerto
se despereza.

Ya los montes se allanan
y las colinas,
y el corazón del hombre
vuelve a la vida.

Gloria al Padre y al Hijo,
gloria al Espíritu,
que han mirado a la tierra
compadecidos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mirad, viene ya el rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.

Salmo 23 - ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
El la fundó sobre los mares,
El la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones! alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mirad, viene ya el rey excelso, con gran poder, para salvar a todos los pueblos. Aleluya.

Ant 2. Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca.

Salmo 65 I - HIMNO PARA UN SACRIFICO DE ACCIÓN DE GRACIAS

Aclama al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.

Decid a Dios: «¡Qué terribles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos se rinden!»

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.

Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.

Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.

¡Oh Dios!, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:

sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alégrate y goza, hija de Jerusalén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca.

Ant 3. Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.

Salmo 65 II

Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.

Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.

Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará.

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.
R. Haz brillar tu rostro sobre nosotros y sálvanos.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 10-25

HIMNO AL DIOS SALVADOR. CEGUERA DE ISRAEL

Cantad al Señor un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra; muja el mar y lo que contiene, las islas y sus habitantes; alégrese el desierto con sus tiendas, los cercados que habita Cadar; exulten los habitantes de Petra, clamen desde la cumbre de las montañas; den gloria al Señor, anuncien su alabanza en las islas.

El Señor sale como un héroe, excita su ardor como un guerrero, lanza el alarido, mostrándose valiente frente al enemigo. «Desde antiguo guardé silencio, me callaba y aguantaba; mas ahora grito como la mujer cuando da a luz, jadeo y resuello. Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques; conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Esto es lo que pienso hacer, y no dejaré de hacerlo.»

Retrocederán avergonzados los que confían en el ídolo, los que dicen a la estatua: «Tú eres nuestro Dios.» Sordos, escuchad y oíd; ciegos, mirad y ved: ¿Quién es ciego sino mi siervo, quién es sordo, sino el mensajero que envío? ¿Quién es ciego como mi enviado, quién es sordo como el siervo del Señor? Mirabas mucho sin sacar nada, con los oídos abiertos no te enterabas.

El Señor, por amor de su justicia, quería glorificar y engrandecer su ley: pero son un pueblo saqueado y despojado, atrapados todos en cuevas, encerrados en mazmorras. Lo saqueaban, y nadie lo libraba; lo despojaban, y nadie decía: «Devuélvelo.»

¿Quién de vosotros prestará oído, y atento escuchará el futuro? ¿Quién entregó a Jacob al saqueo, a Israel al despojo? ¿No fue el Señor contra quien pecamos, no queriendo seguir sus caminos ni obedecer su ley? Derramó sobre él el ardor de su ira, el furor de la guerra; lo rodeaban sus llamas, y no se daba cuenta; lo quemaban, y no hacía caso.

RESPONSORIO    Is 42, 16; Jn 8, 12

R. Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; * ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.
V. El que me sigue no camina en tinieblas.
R. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.

SEGUNDA LECTURA

Del Comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el evangelio de san Lucas
(Libro 2, 19. 22-23. 26-27: CCL 14, 39-42)

VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Cuando el ángel reveló a María los misterios recónditos de Dios, para fortificar la fe con un ejemplo, habló a la Virgen de la maternidad de una mujer ya anciana y estéril; con ello le quiso demostrar que para Dios no hay nada imposible.

Al oír María este anuncio, llena de gozo y sin demora, partió hacia las montañas, no porque dudara de las palabras del ángel ni porque estuviera incierta de la veracidad del hecho ni porque vacilara ante la realidad del ejemplo, sino porque se sentía impulsada por el deseo de cumplir un deber de piedad, anhelante de prestar sus servicios y presurosa por la intensidad de su alegría.

Llena ya totalmente de Dios, ¿a dónde podía dirigirse María con prisa sino hacia las alturas? En efecto, la gracia del Espíritu Santo ignora la lentitud. Los beneficios de María y los dones de la presencia del Señor se manifestaron en seguida, pues, así que Isabel oyó el saludo de María, su criatura saltó de gozo en su seno y ella quedó llena del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, sí observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: Dichosa tú que has creído.

Pero también vosotros sois dichosos porque habéis oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios y proclama sus obras.

Que resida, pues, en todos el alma de María, y que esta alma proclame la grandeza del Señor; que resida en todos el espíritu de María, y que este espíritu se alegre en Dios; porque, si bien según la carne hay sólo una madre de Cristo, según la fe Cristo es fruto de todos nosotros, pues todo aquel que se conserva puro y vive alejado de los vicios, guardando íntegra la castidad, puede concebir en sí la Palabra de Dios.

El que alcanza, pues, esta perfección proclama, como María, la grandeza del Señor y siente que su espíritu, también como el de María, se alegra en Dios, su salvador; así se afirma también en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor.

El Señor es engrandecido ciertamente, pero no en el sentido de que reciba por medio de nuestras palabras algo que a él le faltaba, sino porque con estas palabras él queda engrandecido en nosotros. En efecto, porque Cristo es la imagen de Dios, cuando alguien actúa con piedad y con justicia engrandece la imagen de Dios -pues todo hombre ha sido creado a su imagen y semejanza- y, al engrandecer esta imagen, también él queda engrandecido por una mayor participación de la grandeza divina.

RESPONSORIO    Lc 1, 45. 46; Sal 65, 16

R. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y dijo María: * «Proclama mi alma la grandeza del Señor.»
V. Venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo.
R. Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
A ti nuestra alabanza,
A ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
Y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
La multitud de los profetas te enaltece,
Y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
Por todos los confines extendida,
Con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
Tú el Hijo y Palabra del Padre,
Tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
Tomaste la condición de esclavo
En el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
Y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
Inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
Como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
De los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
Con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
Y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
Y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
Y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
Guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
Ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
Como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
No quede yo nunca defraudado.


ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, derrama tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.